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Sábado, 05 de Agosto, 2017 de Nuestro Salvador Jesucristo, Guayaquil, Ecuador-Iberoamérica
(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)
DEBAJO DE LOS POSTES DE SU HOGAR: BAÑADOS CON SU SANGRE: TÚ ERES SU HIJO:
El tiempo llegó, cuando nuestro Padre celestial le empezó a hablar al Faraón, diciéndole, por medio de su siervo Moisés y de Aarón, y esto fue de
que deje de ir a su pueblo al lugar que Él había escogido para que lo alaben a Él: porque Él
estaba listo para entregarles su vida eterna y la tierra para vivirla con Él, perpetuamente. Puesto que, nuestro Padre celestial estaba listo para que sus hijos alaben su santo nombre fuego, entregado inicialmente a Moisés, para que Israel lo reciba
perpetuamente sobre el monte Sión, descansando sobre el monte Sinaí, y con sus fuegos de grande gracia, de grande misericordia, de grande verdad y de grande justicia divina, para que le sirvan finalmente sobre su altar santísimo.
Éste es el nombre del Padre como Dios de Abraham, su Hijo Jesucristo (Yeshua jaMashiax) como el Dios de Isaac, y el Espíritu Santo como Dios de Jacobo, para que Israel finalmente reciba su altar del amor prehistórico, descendido del cielo con Isaac y
con su Espíritu Santo, para que Israel lo posea legalmente siempre así como Abraham en el principio. Éste es el altar que nuestro Padre celestial necesitaba para cada hombre, mujer, niño y niña de las doce tribus de Israel para que sea bautizado,
por el poder del Espíritu Santo, para que todos renazcan de su imagen y de su alma viviente, llenos con sus poderes cotidianos así como Moisés inicialmente
para que le sirvan en sus vidas, por siempre.
Sin embargo, primeramente nuestro Padre celestial tenia que manifestarle a Israel los poderes que ellos habían recibido por su santo nombre fuego, conocido como el Yo Soy el Que Soy, que Moisés había recibido directamente de
nuestro Padre celestial
sobre su horno de fuego, para que Israel lo posea y así todas sus victorias sobre todos sus enemigos sean posibles, siempre. Por lo tanto, Israel tenia que
aprender a creer en los poderes cotidianos de su nombre asombroso, para que siempre lo alaben,
por donde sea que vayan por todo Egipto, el desierto del Sinaí y Canaán, porque tenían que alabarlo constantemente: para que nuestro Padre celestial derrame de sus bendiciones cotidianas sobre ellos abundantemente, vistiéndolos
así con sus riquezas
celestiales como hijos.
Puesto que, nuestro Padre celestial necesitaba distinguirlos con sus bendiciones cotidianas de entre todas las familias de las naciones, para que todas las gentes de todas partes del mundo entero sepan que están lidiando con
sus hijos, que han aprendido
no solamente a invocar su santo nombre fuego, pero igualmente a vivir sus riquezas que llueven sobre ellos, enriqueciéndoles divinamente, siempre. Visto
que, nuestro Padre celestial necesitaba vestir a cada uno de sus hijos no solamente con las glorias
de invocar su santo nombre fuego cada momento de sus vidas, para que le entreguen glorias que Él siempre espera de ellos, pero igualmente vestirlos con sus bendiciones cotidianas para que las naciones conozcan, de que son sus hijos especiales y
preferidos desde siempre.
Ahora, para nuestro Padre celestial vestir a sus hijos de las doce tribus de Israel, con los poderes de su amor prehistórico, descendido del cielo con Isaac y con su Espíritu Santo, entonces Él tenia que manifestar las maravillas de su santo nombre
fuego, no solamente rescatándolos del cautiverio, pero igualmente bautizándolos en el Mar Rojo, para la vida eterna. Dado que, en el lecho marino, entonces Él podía hacer que caminaran por medio de su altar del amor prehistórico, haciendo así que
renazcan del espíritu de error y de la carne pecadora hacia su Espíritu Santo
y la carne sagrada, que hace que abandonen la vida pecadora en el fuego del infierno, para recibir su vida eterna, caminando al cielo, siempre.
Visto que, nuestro Padre celestial necesitaba tirar hacia el lecho marino todos
los pecados, enfermedades, heridas, padecimientos, maldiciones, pobreza y muertes que Israel había acumulado por cuatrocientos años en el cautiverio egipcio, subyugando las
fuerzas del mal finalmente, finalmente para levantar su santo nombre fuego sobre su altar del amor eterno en Canaán, reconquistando así el mundo entero para su nuevo reino. Por eso, es que nuestro Padre celestial tenia que manifestar abundantemente las
maravillas de cada día de su santo nombre fuego en todo Egipto, y sólo entonces, Él estuvo listo para liberarlos completamente del cautiverio que finalmente los llevaba hacia un holocausto terrible, del que Él mismo tenia que salvarlos instantá
neamente, pero únicamente derramando a tierra toda la sangre del cordero sacrificado.
Ya que, su Cordero había sido sacrificado desde la fundación del mundo, para que nuestro Padre celestial no solamente fundase todas las cosas en toda su Creación, pero igualmente establecer a Israel como la nación de sus hijos renacidos de los
poderes del Espíritu Santo, para encender su santo nombre fuego sobre todas las naciones, conquistando así a la humanidad entera, eventualmente. De hecho,
la sangre para borrar todo pecado del mundo entero estaba ya lista para uso de nuestro Padre
celestial cuando necesario, para crear todas sus cosas en el cielo y en la tierra, y para liberar a Israel igualmente de su cautividad egipcia: para que finalmente sean sus hijos reinando sobre las naciones, fundadas para glorias de
su santo nombre fuego.
Aquí es cuando, nuestro Padre celestial le dijo a Moisés que sacrifique un cordero, derramando su sangre y luego lo salpique sobre los dinteles de las puertas de los hebreos en todo Gosén, porque el príncipe de los holocaustos pasaría por aquella
noche, buscando la sangre, y si no la veía, entonces él podía matar a todo primogénito de aquella familia. La sangre reparadora del animal sacrificado tenia que ser salpicada en cada puerta que Moisés podía ver en todas las casas israelitas, sin
fallar ninguna: porque nuestro Padre celestial le había avisado que la puerta que no tuviese la mancha de la sangre, entonces el destructor podía entrar en ella y matar a todo primogénito de hombre y de animal, igualmente.
Todo Israel tenia que quedarse encerrados en sus hogares por toda la noche y sin salir afuera hasta que les sea dicho que podían al siguiente día, porque cualquiera que salga afuera sin la protección de la sangre salpicada sobre las
puertas, entonces
podía ser muerto por el destructor, porque el enemigo tiene poder para matar al que no tiene su sangre. Le tomó un día para que Moisés salpicase la sangre sobre las puertas de los hogares israelitas y así estén protegidos en sus hogares hasta el
tercer día, entonces, luego, todos serian llamados para pasar por las puertas de sus casas para el bautismo de la sangre reparadora y listos para caminar hacia Canaán, finalmente para vivir la vida prístina del Padre.
Una vez que Israel salió de sus casas por las puertas salpicadas con la sangre
reparadora del animal sacrificado para este día en particular, entonces ellos caminaron alejándose del cautiverio egipcio, cargando con todo lo que tenían,
que nuestro
Padre celestial sorpresivamente le dijo a Moisés que haga que las mujeres le pidan prendas de oro a los egipcios, para salir enriquecidos. Nuestro Padre celestial necesitaba que Israel llevase con ellos algo de las riquezas que los egipcios habían
acumulado por cuatrocientos años, al no solamente trabajar para ellos gratis, pero igualmente nuestro Padre celestial había derramado sin fallar ni una sola
temporada de los siete años de bendiciones, enriqueciéndolos así por años y
hasta no poder
contar más de las abundantes riquezas hebraicas.
Por ende, los israelitas tenían que pedirles a los egipcios, entregarles algo de las riquezas, para salir enriquecidos hacia la tierra de mayores riquezas que nuestro Padre celestial había preparado, para que finalmente entren en sus
riquezas
asombrosas para vivir con Él, con su Hijo Jesucristo y con su Espíritu Santo junto con los ángeles, gustando de la leche y miel prometida. Ciertamente, primero bautizados de la sangre del animal sacrificado y salpicada sobre las puertas de las casas
de los israelitas en Gosén, camino hacia Canaán, y llenos de las riquezas que
los egipcios les habían dado, entonces nuestro Padre celestial los llevó hacia el Mar Rojo, en donde ellos serian convertidos maravillosamente en santos, porque ahora le
iban a servir, para siempre.
Nuestro Padre celestial tenia que llevar a Israel a lo más bajo posible del mundo, y esto fue el lecho marino, en donde su santo nombre fuego junto con su Hijo y con su Espíritu, removieron el espíritu de error y la carne pecadora: vistiéndoles con
su Espíritu Santo y con su carne sagrada para que su vida eterna sea posible, postreramente. Éste es el juramento que nuestro Padre celestial le hizo a Isaac para honrarlo por siempre con Abraham y con sus hijos por nacer en generaciones futuras,
porque éste juramento es de vida eterna que finalmente tuvo que confirmarlo con Jacobo: entregándoselo así a todo Israel como un convenio de vida eterna para honrar en la tierra y en el cielo, siempre.
Por eso, es que fue muy importante para todo Israel ser bautizado en el lecho marino, con las paredes de agua en ambos lados y caminando por tierra seca con todo lo que llevaban, y así pasar por lo más bajo del mundo, y sólo así entonces fueron todos
bautizados con su altar del amor eterno para recibir su vida eterna abundantemente, perpetuamente. Por cuanto, únicamente en el Espíritu Santo y en la carne sagrada cada hombre, mujer, niño y niña puede recibir la vida eterna de nuestro Padre
celestial que necesita entregarle a todo hijo, porque todos nacieron por su Espíritu del vientre estéril de Sarah, para que su nuevo reino de sus hijos legítimos sea posible finalmente en la tierra y para la eternidad.
Además, nuestro Padre celestial necesitaba conquistar a todas las familias de las naciones del mundo entero, para que todo su reino sea de sus hijos legítimos, renacidos de su bautismo de agua y de su bautismo del Espíritu Santo, para que todos
reciban su vida eterna que necesitan tener ya para ascender a su Lugar Santísimo: aceptados todos igualmente como hijos, perpetuamente. Considerando que, fue el Plan Salvador de nuestro Padre celestial para con cada hombre, mujer, niño y niña a
ascender a su monte Sión, en donde Él se encontró con Moisés y entre el horno de su abundante gracia, de su abundante misericordia, de su abundante verdad y de su abundante justicia divina para entrar a su abundante vida eterna, perpetuamente
justificados todos.
De otro modo, sin el bautismo de agua y el bautismo del Espíritu Santo sobre su altar del amor prehistórico, descendido del cielo con Isaac y con el Espíritu Santo, entonces era imposible para todo hombre recibir el bautismo de
su vida eterna no
solamente para ser aceptado en el Lugar Santísimo, pero igualmente en la nueva
gloria celestial, perpetuamente enriquecido. Visto que, siempre fue su vida eterna que tenia que ser manifestada y llevada apropiadamente en cada sumo sacerdote levítico,
llamado a entrar en el tabernáculo de reunión y en su Lugar Santísimo una vez al año para ser aceptado en el cielo, que nuestro Padre celestial siempre buscó en ellos, y así aceptar a todo Israel legítimamente en su nuevo reino angelical.
Sin embargo, como perfectamente sabemos nuestro Padre celestial siempre falló en encontrar su vida eterna manifestada o ser bien llevada por los sumos sacerdotes levíticos, porque cada vez que entraron en su Lugar Santísimo, entonces fueron rechazados
divinamente: porque fallaron en estar en su presencia santísima para ministrar
en sus obligaciones como sumos sacerdotes de Israel: manifestando su vida eterna para salvación. Dado que, únicamente en su vida eterna es que todo sumo sacerdote levítico
pudo acceder a su presencia santísima para ministrar como abogados de Israel, pero, como fallaron en manifestar y en llevar apropiadamente su perfecta santidad de su vida eterna, entonces fueron rechazados cada vez hasta el grado que fueron sacados de
su Lugar Santísimo sin vida alguna.
Aquí es cuando, el Espíritu Santo de los Diez mandamientos es finalmente cumplido y glorificado eternamente en cada hombre, mujer, niño y niña de Israel y de las naciones, al entrar definitivamente en el bautismo de su vida eterna, porque el bautismo
del Espíritu Santo es el cumplimiento de cada palabra que ha salido de la boca
bendita de nuestro Padre celestial. Puesto que, sin el bautismo de agua, entonces tú fallaras no solamente de ascender a su altar del amor prehistórico para recibir el
bautismo todopoderoso de su Espíritu Santo de la vida eterna, que desciende directamente de Él hacia cada uno de sus hijos, renacidos ya para ser finalmente aceptados, pero fallaras igualmente de entrar a su reino de santidad
perpetua.
Por eso, es que cada sumo sacerdote levítico entrando en el tabernáculo del Lugar Santísimo, entonces todos ellos eran rechazados uno a uno, porque fallaban en manifestar su vida eterna sólo posible en todo hombre y mujer cuando es bautizado en agua,
invocando la santidad perfecta de su santo nombre fuego de su Espíritu Santo sobre su altar del amor eterno. Todo sumo sacerdote levítico hizo lo mejor posible para cumplir con los rituales y ceremonias de santidad perfecta de nuestro Padre celestial,
para ser finalmente aceptado en su Lugar Santísimo, pero fallaron siempre: porque únicamente su Hijo Jesucristo podía hacer todo esto, y esto es de entrar en su Lugar Santísimo con su abundante vida eterna para que todos sus hijos vivan.
A tiempo, Israel fue avisado por nuestro Padre celestial por medio de Moisés de lavarse y de purificarse con los rituales y ceremonias de santificación, y en el Tercer Día tenia que estar al pie del Monte Sinaí para esperar por su llamado a ascender
que algún día vendría, y esto seria para entrar a su Lugar Santísimo con vida eterna. Todo Israel esperó al pie del Monte Sinaí, por el resto de sus vidas y hasta ser mordidos por las serpientes venenosas que emergían de la arena incontable, por
culpa de sus constantes rebeliones en contra de Moisés y del SEÑOR que murieron todos, descendiendo al Valle de los huesos secos, para esperar por el llamado de ascender a su Lugar Santísimo.
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